Escaleras inclinadas para subir al infierno,
esquinas de plomo afilado
que se clavaron al suelo
en el tiempo en que mutó la enfermedad.
Cuerpos con exoesqueleto, a la velocidad de crucero,
que van cayendo hacia arriba del profundo pozo azul
segmentado en quince etapas de algodón,
vestidas de meta volante.
Soles que apagan el alma.
Luces bailando desnudas
con la sombra de los muertos
que buscan robar tu sangre intoxicada.
Cuando ya no tienes puertas, necesitas escaleras,
sentarte al margen izquierdo
y ver cómo pasan tus letras cadavéricas flotando por el río,
para apedrear con hiatos y diptongos al inerte a la deriva
y poderlo reescribir dentro del pecho.
La ficción se hará real en los escombros, y al final de la intifada,
logras descansar en paz rebozándote en el fango de los sueños,
y violando tu cuerpo humanizado, como punto de partida,
para aspirar ser un cuerpo todoonada.