Las mujeres como tú son siempre tú,
y yo te miro, consciente de que observando tus ramas
el bosque se difumina;
cada árbol, cada hierba, cada hoja, que respira,
va laminando mi carne con su filo, despojando de esqueleto
al ser insecto, al tiempo que
la grisura que devuelves, empuja mi no presencia
hasta una tumba.
Me cantarás cada noche,
y lágrimas afiladas clavarán mi seca piel de pergamino
tensada sobre los corchos que
han salido de arrancarle la corteza a otros amantes.
Y tú escribirás AMOR con púrpura y con un palo.
Tiempos de cólera oscura.
Árbol que exhala su muerte sujeto por las raíces donde respiran la mías;
sólo trepa humanidad por ese tronco: formaciones de negras obreras
custodiadas por cabezas de vigía,
hormigueos en el alma que me explotan en los ojos
entre orgasmos violentos;
nada llega hasta tus manos si tiene huesos o pies,
y jamás serán los míos; nada deja que
me acerque más allá de la distancia
que me permita leer
muerto sobre la hojarasca.