_grease

Un día cualquiera ojeando vídeos en Internet se me cruza una imagen del musical grease y me resetea hasta ver el famoso rótulo inicial brillando en la televisión que teníamos en la casa familiar. Fue la segunda vez que vi la peli. Era sábado por la noche pasadas las doce, técnicamente, domingo. Yo había salido -como era costumbre-, pero ese sábado, terminada la cena con la peña, decidí volver a casa en vez de salir de bares y discotecas hasta las tantas de la mañana. Con 18 y una vida social hasta entonces muy activa, los sábados y las fiestas ya me empezaban a pesar. Tal vez comenzaron demasiado pronto. Un pibe agradable, educado, divertido e inteligente, no se podía perder por nada del mundo conciertos o fiestas con amaneceres sobre los campos de arroz y sisters of mercey bajo la carpa del circo de su cabeza. Los findes y los festivos cuando cerraba el instituto, eran algo así.

Recuerdo aquél sábado. Grease. No es que me hubiera parecido un peliculón la primera vez que la vi, ni la segunda tampoco, pero el recuerdo de lo libre que me sentí en aquel lugar neutro y acogedor, fumando hierba bajo una oscura quietud tintineante, tranquilo, sólo, y viendo la película, aún perdura como un interruptor en mi cabeza.

Aquello fue el principio, sólo el principio. Por eso lo recuerdo. Luego vinieron los brotes, la mili, la paranoia, las drogas duras y el único lugar donde podía estar en paz.
La soledad.

Quenton Veretta.

_grease

imarginan

De qué me expulsas si tu cueva es hueca
y hablas con el eco de otros sentimientos,
de qué, si soy un crujir del viento
que da tumbos bajo el frío que se aleja.

¿Cómo quieres que me sienta de tu tierra
si se han secado los charcos que reflejen la ansiedad?

Ya no tienes el poder de marginar
sigo vivo con la puerta que cogí
y si me acerco a la tuya
es justo al lado contrario al que me das.

Los niños cuelgan de los hilos cual guirnaldas adornando el horizonte
y hacia mí galopan, sobre caballos dorados a los que no pusieron la silla,
los rostros que ya olvidé.

imarginan

DéBiL iNside

Escritos de un padre en el 2010. Ahora tiene alzheimer -aunque aún me reconoce-. Niño de posguerra e hijo de colmeneros itinerantes. Valencia. Teruel.

«Me gusta ver el cielo con densos nubarrones y oír los aquilones horrísonos bramar, los meteoros eléctricos alumbrar la oscuridad de la noche, batiendo el viento las despeinadas ramas de los árboles, con un crujir quejumbroso como de dolor insoportable, pero aferradas a sus nudosos troncos como si de algo suyo se tratara. El viento, sin tregua ni cuartel, arrastra las débiles hojas esparcidas por doquier, que huyendo a buscar sitio donde acumular su verdor, acaban por convertirse en mullida hojarasca, que con el tiempo, será la cuna de camadas de pequeños mamíferos de los que tanto abundan a ras del suelo. En el transcurso de mi ya larga vida, cuantas tormentas, por  tantos sitios.
A mis diez años, hace de ello sesenta y cuatro, aún no había nacido mi hermano Salvador, y teniendo seis mi mediano, pasamos esa temporada de colmenas en Moscardón (Teruel), y casi todas las tardes estoy por decir, a una u otra hora, BURRUM BURRÚM BUMBUM ¡¡¡¡… a buscar refugio a los pajares!!! Qué de ubérrimas tormentas, qué aire tan puro, qué olor a tierra mojada, y sobre todo, qué verdor, qué limpieza en el aire, y qué ganas de seguir vivo. Me sentía tan libre desde buena mañana, correteando por los gratos alrededores del pueblo rodeado de pinos.
Con los muchachos del pueblo, solo un rato por las mañanas, el señor cura, Mosén Marcial, enseñaba a multiplicar cantando a coro todos a una. Mi mediano y yo sabíamos mucho más que ellos pero mi madre nos hacia ir para que no pensaran que les dábamos de lado». CONTINUARÁ…

tormenta

Me gusta ver el cielo con densos nubarrones
y oír los aquilones horrísonos bramar
los meteoros eléctricos, alumbrar la oscuridad
y el viento batir a las ramas despeinadas de los árboles
con un crujir quejumbroso como dolor insoportable
pero aferradas a troncos nudosos,
como si de algo suyo se tratara,
el viento, sin tregua ni cuartel,
arrastra las débiles hojas esparcidas por doquier
para convertirse en mullida hojarasca donde acumular verdor
huyendo de cualquier sitio. 

DéBiL iNside

_aros

Cuánto
tiempo
falta
para que se toquen las dos puntas de mi vida.

Cómo,
conmigo arqueado,
lograré ponerme al fin de pie.

Cuándo
empezaré a girar
sin eje y sin centro claro
suplicando que el párvulo palo me guíe.

Sea, pues. Y entonces.

Cuando todo se acelere [en el círculo sin área definida] y el ahora se disfrace con un aro en un tiempo de recreo
viviremos en las risas del niño que sabemos que no existe
y que se cobrará el sentido que tuvo tu vida
pretendiendo salpicarse con la mía.

_aros

_doc León. [psicapítulo one]

En mi época de empresario me hice un plan de pensiones con apenas 24 palos y a los 26 saqué las 120.000 pesetas que ya acumulaba y me las gasté en un homenaje, un billete de tren a Madrid, y una cura de sueño en la clínica del Doctor León. Que no os despiste el nombre, la clínica era un psiquiátrico de pago al más puro estilo de los ochenta.
Conocí gente. La primera planta era para las curas de sueño y los trastornos y las adicciones en general, aunque la capitana general en aquella época era la heroína. Uno más. Lo de la cura de sueño era para verlo: seis días encerrado en una habitación, solo, y tan sedado como ya hubiera querido estar el bueno de Joey. Muy sedado. De echo, te dejaban la comida en una mesita y salías de tu cuerpo para deglutirla pero sin dejar el sueño profundo en ningún momento que yo recuerde. Las posibles poluciones nocturnas y la fisiología en general no puedo explicar cómo funcionaban pero lo cierto y verdad, es que en el séptimo día un sonido muy lejano llegó a mis oídos, era el ruido de un cerrojo que abrió una dulce llave y qué sé yo, si estaba tan solo, y quizá sólo fuese un sueño, y qué se yo, si estaba tan solo, necesitaba su amor…

En ese proceso te comías el 80% del mono físico y el resto hasta los 15 días que se estipulaban en el contrato estándar de curas de sueño, seguías medicado y viviendo en el hospital con régimen abierto dentro del recinto, y tenías un bono para dos visitas a la psicóloga más la visita del alta final en el decimoquinto día con el señor psiquiatra que te daba recetas para otro mes en tu puta casa. Eso era una cura de sueño y costaba cien mil pesetas, pero conocí gente.

Una niña con trastornos alimenticios, otra que era adicta y prostituta de familia bien, y Gerardo, un tipo culto en la treintena que trabajaba en la Filmoteca Nacional y que recitaba diálogos de pelis antiguas en situaciones concretas que nos hacían partirnos el culo como dos gilipollas. Tengamos en cuenta que íbamos muy empastillados y que así todo suele dar más risa. Otra cosa que nos mataba era jugar a ping-pong con los mocos que llevábamos, aunque lo mejor de todo, era decirle a un inquilino nuevo de los que salían del encierro de Morfeo que se echara una partida. La descoordinación entre mente, paleta y pelota, era para verla. Éramos gilipollas sin remedio y en ese ritmo calmo de estancia despreocupada y repleta de droga legal en una institución mental, nos tratábamos de divertir.

_doc León. [psicapítulo one]

_decadee

Tengo los pies fríos. Veo al acomodador.
Cuatro ratos de luz y otros tantos a oscuras.
Cuatro días y al quinto un crujir de madera cuando amanecía.
Tumbado en el fondo parece que llueve porque es poca agua para una piscina, podría ser jueves y mi cuerpo inerte estar listo bajo el cielo para contestarle en serio a su otra mitad.

De chutarte heroína se sale. Pasas a la metadona bajándola con paciencia* hasta 20ml y un buen día dejando pasar 24h sin tomar nada, te cambias al suboxone de 2mg. en la cantidad que lo requieras, pero siempre que lo vayas bajando hasta llegar a funcionar con un cuarto de pastilla durante al menos 20 días para suprimirlo después y comerte a pelo lo que queda, que no es poco, a base de tramadol y sedantes en la justa medida en la que te permitan subsistir. Llegados hasta aquí, calcula 90 días sin recuperar totalmente el sueño desde que ya no hay opioides en tu sange y trata de llevar todo ese tiempo sobre los hombros con el perenne cansancio que va a ir contigo desde que amanece. A esta última etapa la llamo Desgana porque la indulgencia vital que se te apodera de cuerpo y alma, te deja las ganas de una sola cosa. Tendrás que pasarlo pero de chutarse heroína se sale.

.-paciencia* (meses).

The Piano Has Been Drinking (Not Me) (An Evening with Pete King)

Tom Waits – Small Change (1976)

[N. del A.]. La Metadona, el suboxone, así como la heroína, son fuentes medicamentosas que se os abastecerán en los mercados negros previo un pago acordado, sin tonterías, aunque generalmente en un solo mercado suele haber de todo.

.-A manejar se aprende manejando.

_decadee

_libertad

A la media mitad que me apuñaló el bazo le diré que no la entiendo,

aunque me desangre

no sacio la sed de las negras manzanas

y nada va a suceder si regreso con ropa manchada

a los callejones de la periferia.

El tiempo llora observando

que hacen manicuras con sus puestas de sol

y salen del pozo en manadas tras la producción

con los cuerpos rotos y las bocas prestas,

en busca de libertad para vivirse el atardecer

sumergidos en la cerveza

que les permite respirar en apnea

pero que les decepciona tanto como el de ayer.

La existencia entonces se convirtió

en el tríptico llamativo que trataba de vendernos buena vida:

sólo luz, purpurina y mentiras

para sentir que existimos en partes de un cuerpo mayor

con unos abdominales tintineantes

y de cuyo brillo anhelamos ser dueños

porque tiene precio.

_libertad

_añadir título.

Me pierdo y lloro.

Camino mientras me busco
y siempre que me encuentro,

es solo.

Sueña triste,

suena triste porque siempre suena a mismo,

suena tris esperando en el fondo,
suena te, y se me traga la luz;

suéñese en un papel nunca escrito
sito en éste, mi oscuro yo mismo.

Me pierdo solo.

estruendo

Para Mar:

Somos guerras que evitaron las futuras.

_añadir título.

_patria

Cuéntame, pequeño imbécil, qué es esto del párrafo tres en el que dices que diluiste tus veintidós años en agua con limón para sobrevivir aguijoneado, y que ahora te arrepientes. Apátrida.

Si como dijo alguien, la verdadera patria del ser humano es nuestra infancia, la mía fue confusa en cuanto a las lindes y carente de carta magna que como un puntal, corrigiera el tallo cuando se arqueaba buscando otra vez la tierra como un avestruz. Confusión fui creciendo y la inquietud que iba guardando temporada a temporada, polucionaba alguna noche salpicando las paredes con un pánico desvalido e indefenso ante los ataques de ansiedad. Mi patria fue el miedo salvaguardado por un yayo tolerante que tocaba con cierto gusto el de Aranjuez, sin más orquesta que sus dedos ayudados por la magia y el vibrar de unas tripas de gato. Y en aquel espacio uterino y musical había un corral, patria de una insigne tortuga terrestre, que era donde yo sentía cierta paz aun sabiéndome el único extranjero. Todo fuera de allí era miedo e incomprensión bajo los pies de una singularidad vulnerable, y la violencia verbal en el aire me lo hacía irrespirable infestado de tanta superchería. Rara vez siento dejar la patria cuando me niego a regresar.

_patria

corto

Corto nació en La Valeta (Malta), fruto de un pelirrojo marino Inglés y de «La Niña de Gibraltar». En su infancia cordobesa, una gitana amiga de su mamá al intentar descifrar su pequeña manita advirtió que le faltaba la línea de la suerte. Horrorizada fue con las nuevas a su madre que al intentar cerciorarse quedó horrorizada también. Horrorizada, al ver que la criatura se la había dibujado a navaja más larga si cabe que su propia vida. 

Madrid. Prosperidad. Viernes. Nochentas.

Yo ya me iba. Estaba frente al guardarropa y ya tenía puesto el abrigo azul marino de marino. También una gorra de Capitán aún más oscura que el oscuro del azul marino de marino. Me la quitó de la cabeza y con ella a todas las demás mujeres del local. Me vacié en el mismo instante en que me quitó el tapón y se lo puso ella, todo se calló mientras nos miramos sumidos en una bruma etílica con la discoteca a punto de cerrar. Sentí entonces sisear sus pasos lentos hacia mi vaciedad adivinando el pánico de ser atropellado por un tren de mercancías…, y ocurrió así:

-Hola Corto ¿Me dejas tu mano?

“Esta niña lee El Víbora –pensé-.

Nos habíamos mirado bien durante toda la noche. Me ha emocionado que me llamase Corto y que quisiera ver la línea de mi mano. Me ha emocionado su cuerpo y su anillo.

-Mi cicatriz está en otro sitio  -le dije alargando mi brazo.

Puse entonces mi mano hacia arriba entre las suyas. La escrutó con la mirada y abriéndola como un libro en flor, la levantó con ese brillo de cristal roto que se les pone a las niñas de etanol.

-¿Sabes que eres muy guapo, Corto?  -me dijo sosteniendo la mirada. Del espigado Maltés yo poseía las patillas temblorosas y el atuendo, Poco más.

-Mañana te vas a arrepentir. Yo no soy guapo.

-Mañana es después y no me apetece nada procrastinarte. [Hija de puta].

La gorra se volvió corona y al volcarla sobre su cabeza vertió cascadas de pelo color mostaza en espiral que goteaban sobre los hombros y sobre la espalda.

-Me llamo Almu, Almudena y tengo dieciocho años años.

Su edad me importaba una mierda. 
Almu, vamos a hacernos los novios hasta que tu muerte nos separe”.
Sí. Por Dios, sí.

Gafas ojos de gato, abrigo de cashmere, faldas cortas y botas largas. Mucho estilo. Culta. Moderna. Muy bien cuidada. Fanática perdida de los primeros Stones andaba forrándose las carpetas con Keith Richards desde la pubertad. Un par de pequeñas esposas enlazadas en la delicada muñeca por propia voluntad y un casco craneal de plata pura encajado en el pulgar. Dámelo. Tuyo es, mío no. Sin pestañear.
Supo lo que yo quería, lo que esperaba y lo que podía aportar.

Nos gustamos.

Salimos juntos del antro y nos buscamos la vida. Yo buscaba la suya en cada oquedad. Cualquier apéndice me valía, cualquier cosa con tal de arrancarle placer de las entrañas y oírselo expulsar hecho carnoso verbo como quien dicta misivas a un amante deseado que no está. 

Almudena no grita. Susurra y respira agitada. Me insulta. De cabrón hijo de puta en adelante. A veces me daba una hostia. Me he puesto a cien mil veces oyéndola llamarme pervertido, cabrón, macarra, degenerado, hijo de puta y etecé; y pidiéndome entre convulsiones epilépticas que por favor la matase a sartenazos.

La niña bien perdiendo los papeles. Es genial. Sobre cualquier superficie se convertía en una terrible tempestad.

Si la vieras en el súper por la mañana, comprando leche desnatada para desayunar, no te entraría en la cabeza que fuera capaz de generar esas tormentas con sus carnes abiertas de par en par. Todo te lo da. Todo te lo quita.
El anillo no, el anillo sigue conmigo. Tengo una novia en Madrid.

corto